-Lleva todo el día haciendo calor y ahora nos estamos congelando. No entiendo este maldito desierto…
-Sólo llevamos dos días aquí. ¿Ya te vas a quejar de todo?
-¡Sí!
Los amigos rieron juntos, mientras hacían su ronda de guardia. La noche era silenciosa y escalofriante. Las barracas eran como un panal vacío. Sólo los soldados en guardia andaban visibles. Sus pisadas levantaban leves nubes de arena tan fina que parecía polvo. De noche el suelo del desierto entero se veía blanco, como si caminaran en sal. Fabián miraba a su alrededor, aunque la luz de los focos estacionarios no dejaban ver más de varios pies de distancia. Todo alrededor de ellos era una pared negra. Un abismo horizontal. Una boca abierta con ellos en el centro. La noche los encarcelaba. David, a su lado, inspeccionaba su rifle y caminaba por instinto. Escupió y dijo con tono de aburrimiento:
-¿Para qué tenemos que hacer estas malditas rondas? No es como si alguien nos fuera a invadir. Es más, apuesto un día de descanso a que nunca ocurre algo mientras estamos en esta base. De hecho, ¿cuánto tiempo es que estaremos aquí?
-Ya te dije, cuarenta días. Después nos movemos hacia otra base para hacer exactamente lo mismo. Y ojalá no veamos algo raro mientras estamos aquí, tú serías el primero en salir corriendo.
-Claro, Fabián, se me olvida que eres el valiente…
-¡Fabián! Chico, te espaciaste de nuevo. ¿Me escuchaste?
El joven despertó y se sobó los ojos. Se rascó la quijada sin afeitar. Respiró hondo y botó el aire a la misma vez que comenzó a mover su silla de ruedas.
-Perdóname, Julio…
-Ya qué importa. No haces más que dormir, pendejo.
El grupo de amistades se rió en conjunto. Fabián siguió empujando su propia silla, estoico hacia el insulto repetitivo. El día era claro, la brisa refrescante. El puente por el que andaban se meneaba con el paso de los autos. Debajo de ellos el agua parecía incitar a zambullirse en sus honduras. El oleaje era rápido, la corriente parecía empujada por el aire. Todo a su alrededor tenía algo que hacer.
-Mejor pregúntame otra vez y ya.
-Te pregunté si te recuerdas de cuando nos encontramos en el hospital. ¿Te recuerdas de ese día?
-Claro.
Julio se volteó hacia las amistades que los acompañaban:
-¡Llevaba tres noches corridas llorando como una nena! Fui a su cama para decirle que se callara la boca y ahí fue que me di cuenta de que era Fabián. Hacían cuatro años que no lo veía.
Fabián ni cambió su vista del horizonte. Se le hacía fácil ignorar las acusaciones vacías. Julio acomodó su brazo derecho, guardó la mano en su bolsillo para que no estorbara.
-Tuve que quedarme con él casi todo el tiempo, porque si no se volvía una mierda solo.
-No fui el único que volvió herido…
-¡Herido volví yo! Tres balazos en el pecho y uno en la pierna. ¡Tú llegaste apendejáo’!
Los autos en el puente corrían veloz. El eco de sus motores era fuerte, tan cerca de ellos, que le incomodaba a Fabián. Sus brazos seguían empujando las ruedas de su silla…
Un ruido momentáneo, como el deslice de una culebra en la grama, hizo detener a Fabián. David siguió hacia delante.
-¿Qué te pasa?
-Creo que escuché algo.
Esperó un instante, mirando la sombra gigante que parecía consumir el planeta sólo a unos pies de él. Le pareció ver algo moverse pero no estaba seguro. No pudo definir… en el borde de la luz vio la arena blanca moverse.
-Algún animal, o algo así.
-Puede ser.
Siguieron caminando. Detrás de ellos sintieron otros soldados que también tenían ronda de vigilancia. Eran de su tropa. Fabián se volteó para saludarlos y lo que recibió fue una salpicadura de sangre en la cara. El cuerpo del soldado cayó inmediatamente al piso, con un roto en la frente. A Fabián le tembló el labio. David lo agarró y se tiraron al suelo. Rápidamente se encendió una alarma y los focos de emergencia brindaron aun más luz al campamento. Estaban rodeados. Figuras negras, encapuchadas, escondidas entre las dunas y la arena, comenzaron a disparar hacia el interior de la base. Los demás soldados corrieron, esparciéndose por el perímetro como hormigas. En la luz se podían ver balas volar por milisegundos hacia ellos. Fabián miraba a su alrededor, sin saber a donde apuntar su rifle; todo se convirtió en un escándalo, un tumulto de ruidos, griterías, disparos, órdenes. Sintió el agarre de David en su espalda, jalándolo a sus pies.
-¡Sígueme!
Corrieron a ciegas por el desorden, el eco abundante a su alrededor…
-Llorabas tanto que tuve que darte algunas bofetadas, para que te tranquilizaras. Estabas loco por morirte. Cuando nos dijeron que nos iban a traer devuelta yo les dije que no quería, que yo estaba bien; yo podía seguir luchando pero los muy cabrones me rechazaron.
-Tienes un brazo paralizado, Julio. ¿Qué pretendías que fuera a suceder?
-¡Sólo hace falta una para disparar! Yo todavía soy útil. No como tú, que te jodiste.
Eran los únicos dos veteranos en el grupo de amistades. Fabián se burló del último ataque personal. Julio nunca cambiará. Se detuvieron cuando escucharon un chillido de gomas y una bocina. El impacto de los automóviles retumbó por todo el puente y a todos lados cayeron pedazos de vidrio. La bocina de uno de ellos se quedó encendida, mientras el humo comenzaba a regarse por el aire.
Los muchachos miraban desde lejos, hasta que se encaminaron hacia el accidente. Todo sucedió en un instante. Un auto que venía demasiado rápido, conducido por una adolescente, se estrelló contra los carros detenidos y voló. Fabián siguió con la vista cómo el auto se descarriló y se trepó en el borde. Ondulaba entre una mitad sobre agua y la otra sobre el puente. Permaneció quieto, estable, nadie se movió por miedo de que se terminara de perder el equilibrio. Fabián observó la joven que estaba sentada dentro, aterrorizada. Ella le devolvió la mirada. Y con un crujido de metal, como un último grito de auxilio, lentamente se cayó al agua…
Cayeron en un refugio pequeño, una trinchera ocupada con dos compañeros y una metralleta estacionaria. Fabián permaneció sentado y vio uno de los soldados caer muerto a su lado. David miró sobre la superficie y disparó sin rumbo con un grito salvaje. Una explosión sonó demasiado cercana y parte de los escombros se desbordaron hacia el centro de la trinchera. Fabián se cubrió la cara y trató de ponerse en cuclillas para disparar junto a David. Sus piernas lo traicionaban. Sujetaba el rifle como a un hijo. Alguien le agarró el cuello de su uniforme y lo levantó.
-¡Dispara, coño!
Fabián apretó el gatillo y lanzó balas hacia la oscuridad. Frente a él, la arena explotaba cuando las balas perdidas se enterraban. Vio compañeros corriendo, vio más muertos. David recargaba su arma.
-¡Tenemos que salir de aquí!
-¿Cómo? -respondió Fabián.
-Cuando yo te diga, corre hacia el centro de la base. Ahí estaremos más lejos. Yo te cubro. Cuando llegues, grita mi nombre, yo salgo y tú me cubres.
Fabián miró detrás de él, todo lo que tenía que correr. Las piernas le temblaban pero se preparó. En ese instante una granada cayó dentro de la trinchera.
-¡Corre! ¡Corre!
Fabián y David, ambos brincaron sobre el borde y corrieron. Un segundo después la trinchera explotó con un soldado todavía adentro. La explosión los tumbó al suelo, y Fabián escuchó un grito de David. Rápidamente miró hacia su amigo y lo vio boca abajo y gritando. La explosión le había quemado la mayoría del rostro y le faltaba una pierna. Levantó la mano hacia Fabián, llorando algo incomprensible. Fabián no podía creer lo que veía. Se puso de pie, aterrado, petrificado. David lo llamaba pero Fabián se encogía del miedo. El instinto lo sobrecogió. Dio la vuelta y se fue corriendo, dejó a David atrás. A su espalda escuchaba los gritos de su mejor amigo, alejándose de él como un recuerdo antiguo.
Corrió por encima de cuerpos, entre disparos cruzados, junto a más explosiones, ignorando órdenes que le gritaban sus superiores y llamadas de ayuda, sólo buscando refugio. Sintió un pinchazo en la cintura. Cayó desbocado. No podía respirar. Se pensó muerto. ¡Un disparo! ¡Le dieron! Agarró la arena, aunque no sentía dolor. Decidió tratar de entrar en una de las barracas. Se trató de levantar pero no podía. Las piernas no respondían. Trataba de patear, de moverlas, pero nada. Fabián gritó de llanto, gritó de miedo. Se agarró una pierna y no la sentía. Buscaba a su alrededor pero estaba solo. Sollozó…
El pánico se regó por el puente. Todos fueron al borde a ver el auto hundiéndose lentamente entre las olas. <<¡Socorro!>> Gritaron. <<¡Alguien ayúdela!>> Las redes se llenaron con llamadas telefónicas.
Fabián observaba el auto. Sus amistades eran de los primeros en llegar al borde. Todos miraban desde lejos, todos pedían ayuda, todos querían algo de alguien más. Se trepó al borde, con esfuerzo extremo de sus brazos, y logró voltearse hacia el agua. Respiró hondo y se dejó caer.
El impacto le dolió más de lo que esperaba pero logró llegar hasta donde había caído el auto. Se zambulló y se empujó con sus brazos lo más que pudo. En la oscuridad del océano no podía casi ver. Siguió descendiendo hasta encontrar el auto, vertical y como una roca. Se acercó a la ventana y vio que la joven le estaba dando con sus manos al cristal. Estaba corto de aire.
Le hizo señas de que se alejara y sacó de su bolsillo una navaja. Le pegó con el talón al cristal y como un torbellino entró el agua en el auto. La muchacha agarró la mano de Fabián y se empujó hacia fuera. Siguió nadando hasta la superficie.
Fabián se empujó con sus brazos pero ya estaban débiles. Necesitaba demasiada fuerza para subirse y no tenía suficiente aire. Dejó de moverse. Flotaba entre toda esa agua libre. Hacia arriba la vista era increíble. La ondulación del agua parecía cristal. El sol era un diamante vivo. Acá abajo los sonidos y los recuerdos se amortiguaban. Todo se alejaba. La realidad no dolía.
Fabián sonrió.
El día realmente era lindo hoy. Y por primera vez en mucho tiempo, Fabián no sintió miedo.
-Sólo llevamos dos días aquí. ¿Ya te vas a quejar de todo?
-¡Sí!
Los amigos rieron juntos, mientras hacían su ronda de guardia. La noche era silenciosa y escalofriante. Las barracas eran como un panal vacío. Sólo los soldados en guardia andaban visibles. Sus pisadas levantaban leves nubes de arena tan fina que parecía polvo. De noche el suelo del desierto entero se veía blanco, como si caminaran en sal. Fabián miraba a su alrededor, aunque la luz de los focos estacionarios no dejaban ver más de varios pies de distancia. Todo alrededor de ellos era una pared negra. Un abismo horizontal. Una boca abierta con ellos en el centro. La noche los encarcelaba. David, a su lado, inspeccionaba su rifle y caminaba por instinto. Escupió y dijo con tono de aburrimiento:
-¿Para qué tenemos que hacer estas malditas rondas? No es como si alguien nos fuera a invadir. Es más, apuesto un día de descanso a que nunca ocurre algo mientras estamos en esta base. De hecho, ¿cuánto tiempo es que estaremos aquí?
-Ya te dije, cuarenta días. Después nos movemos hacia otra base para hacer exactamente lo mismo. Y ojalá no veamos algo raro mientras estamos aquí, tú serías el primero en salir corriendo.
-Claro, Fabián, se me olvida que eres el valiente…
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-¡Fabián! Chico, te espaciaste de nuevo. ¿Me escuchaste?
El joven despertó y se sobó los ojos. Se rascó la quijada sin afeitar. Respiró hondo y botó el aire a la misma vez que comenzó a mover su silla de ruedas.
-Perdóname, Julio…
-Ya qué importa. No haces más que dormir, pendejo.
El grupo de amistades se rió en conjunto. Fabián siguió empujando su propia silla, estoico hacia el insulto repetitivo. El día era claro, la brisa refrescante. El puente por el que andaban se meneaba con el paso de los autos. Debajo de ellos el agua parecía incitar a zambullirse en sus honduras. El oleaje era rápido, la corriente parecía empujada por el aire. Todo a su alrededor tenía algo que hacer.
-Mejor pregúntame otra vez y ya.
-Te pregunté si te recuerdas de cuando nos encontramos en el hospital. ¿Te recuerdas de ese día?
-Claro.
Julio se volteó hacia las amistades que los acompañaban:
-¡Llevaba tres noches corridas llorando como una nena! Fui a su cama para decirle que se callara la boca y ahí fue que me di cuenta de que era Fabián. Hacían cuatro años que no lo veía.
Fabián ni cambió su vista del horizonte. Se le hacía fácil ignorar las acusaciones vacías. Julio acomodó su brazo derecho, guardó la mano en su bolsillo para que no estorbara.
-Tuve que quedarme con él casi todo el tiempo, porque si no se volvía una mierda solo.
-No fui el único que volvió herido…
-¡Herido volví yo! Tres balazos en el pecho y uno en la pierna. ¡Tú llegaste apendejáo’!
Los autos en el puente corrían veloz. El eco de sus motores era fuerte, tan cerca de ellos, que le incomodaba a Fabián. Sus brazos seguían empujando las ruedas de su silla…
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Un ruido momentáneo, como el deslice de una culebra en la grama, hizo detener a Fabián. David siguió hacia delante.
-¿Qué te pasa?
-Creo que escuché algo.
Esperó un instante, mirando la sombra gigante que parecía consumir el planeta sólo a unos pies de él. Le pareció ver algo moverse pero no estaba seguro. No pudo definir… en el borde de la luz vio la arena blanca moverse.
-Algún animal, o algo así.
-Puede ser.
Siguieron caminando. Detrás de ellos sintieron otros soldados que también tenían ronda de vigilancia. Eran de su tropa. Fabián se volteó para saludarlos y lo que recibió fue una salpicadura de sangre en la cara. El cuerpo del soldado cayó inmediatamente al piso, con un roto en la frente. A Fabián le tembló el labio. David lo agarró y se tiraron al suelo. Rápidamente se encendió una alarma y los focos de emergencia brindaron aun más luz al campamento. Estaban rodeados. Figuras negras, encapuchadas, escondidas entre las dunas y la arena, comenzaron a disparar hacia el interior de la base. Los demás soldados corrieron, esparciéndose por el perímetro como hormigas. En la luz se podían ver balas volar por milisegundos hacia ellos. Fabián miraba a su alrededor, sin saber a donde apuntar su rifle; todo se convirtió en un escándalo, un tumulto de ruidos, griterías, disparos, órdenes. Sintió el agarre de David en su espalda, jalándolo a sus pies.
-¡Sígueme!
Corrieron a ciegas por el desorden, el eco abundante a su alrededor…
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-Llorabas tanto que tuve que darte algunas bofetadas, para que te tranquilizaras. Estabas loco por morirte. Cuando nos dijeron que nos iban a traer devuelta yo les dije que no quería, que yo estaba bien; yo podía seguir luchando pero los muy cabrones me rechazaron.
-Tienes un brazo paralizado, Julio. ¿Qué pretendías que fuera a suceder?
-¡Sólo hace falta una para disparar! Yo todavía soy útil. No como tú, que te jodiste.
Eran los únicos dos veteranos en el grupo de amistades. Fabián se burló del último ataque personal. Julio nunca cambiará. Se detuvieron cuando escucharon un chillido de gomas y una bocina. El impacto de los automóviles retumbó por todo el puente y a todos lados cayeron pedazos de vidrio. La bocina de uno de ellos se quedó encendida, mientras el humo comenzaba a regarse por el aire.
Los muchachos miraban desde lejos, hasta que se encaminaron hacia el accidente. Todo sucedió en un instante. Un auto que venía demasiado rápido, conducido por una adolescente, se estrelló contra los carros detenidos y voló. Fabián siguió con la vista cómo el auto se descarriló y se trepó en el borde. Ondulaba entre una mitad sobre agua y la otra sobre el puente. Permaneció quieto, estable, nadie se movió por miedo de que se terminara de perder el equilibrio. Fabián observó la joven que estaba sentada dentro, aterrorizada. Ella le devolvió la mirada. Y con un crujido de metal, como un último grito de auxilio, lentamente se cayó al agua…
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Cayeron en un refugio pequeño, una trinchera ocupada con dos compañeros y una metralleta estacionaria. Fabián permaneció sentado y vio uno de los soldados caer muerto a su lado. David miró sobre la superficie y disparó sin rumbo con un grito salvaje. Una explosión sonó demasiado cercana y parte de los escombros se desbordaron hacia el centro de la trinchera. Fabián se cubrió la cara y trató de ponerse en cuclillas para disparar junto a David. Sus piernas lo traicionaban. Sujetaba el rifle como a un hijo. Alguien le agarró el cuello de su uniforme y lo levantó.
-¡Dispara, coño!
Fabián apretó el gatillo y lanzó balas hacia la oscuridad. Frente a él, la arena explotaba cuando las balas perdidas se enterraban. Vio compañeros corriendo, vio más muertos. David recargaba su arma.
-¡Tenemos que salir de aquí!
-¿Cómo? -respondió Fabián.
-Cuando yo te diga, corre hacia el centro de la base. Ahí estaremos más lejos. Yo te cubro. Cuando llegues, grita mi nombre, yo salgo y tú me cubres.
Fabián miró detrás de él, todo lo que tenía que correr. Las piernas le temblaban pero se preparó. En ese instante una granada cayó dentro de la trinchera.
-¡Corre! ¡Corre!
Fabián y David, ambos brincaron sobre el borde y corrieron. Un segundo después la trinchera explotó con un soldado todavía adentro. La explosión los tumbó al suelo, y Fabián escuchó un grito de David. Rápidamente miró hacia su amigo y lo vio boca abajo y gritando. La explosión le había quemado la mayoría del rostro y le faltaba una pierna. Levantó la mano hacia Fabián, llorando algo incomprensible. Fabián no podía creer lo que veía. Se puso de pie, aterrado, petrificado. David lo llamaba pero Fabián se encogía del miedo. El instinto lo sobrecogió. Dio la vuelta y se fue corriendo, dejó a David atrás. A su espalda escuchaba los gritos de su mejor amigo, alejándose de él como un recuerdo antiguo.
Corrió por encima de cuerpos, entre disparos cruzados, junto a más explosiones, ignorando órdenes que le gritaban sus superiores y llamadas de ayuda, sólo buscando refugio. Sintió un pinchazo en la cintura. Cayó desbocado. No podía respirar. Se pensó muerto. ¡Un disparo! ¡Le dieron! Agarró la arena, aunque no sentía dolor. Decidió tratar de entrar en una de las barracas. Se trató de levantar pero no podía. Las piernas no respondían. Trataba de patear, de moverlas, pero nada. Fabián gritó de llanto, gritó de miedo. Se agarró una pierna y no la sentía. Buscaba a su alrededor pero estaba solo. Sollozó…
*****
El pánico se regó por el puente. Todos fueron al borde a ver el auto hundiéndose lentamente entre las olas. <<¡Socorro!>> Gritaron. <<¡Alguien ayúdela!>> Las redes se llenaron con llamadas telefónicas.
Fabián observaba el auto. Sus amistades eran de los primeros en llegar al borde. Todos miraban desde lejos, todos pedían ayuda, todos querían algo de alguien más. Se trepó al borde, con esfuerzo extremo de sus brazos, y logró voltearse hacia el agua. Respiró hondo y se dejó caer.
El impacto le dolió más de lo que esperaba pero logró llegar hasta donde había caído el auto. Se zambulló y se empujó con sus brazos lo más que pudo. En la oscuridad del océano no podía casi ver. Siguió descendiendo hasta encontrar el auto, vertical y como una roca. Se acercó a la ventana y vio que la joven le estaba dando con sus manos al cristal. Estaba corto de aire.
Le hizo señas de que se alejara y sacó de su bolsillo una navaja. Le pegó con el talón al cristal y como un torbellino entró el agua en el auto. La muchacha agarró la mano de Fabián y se empujó hacia fuera. Siguió nadando hasta la superficie.
Fabián se empujó con sus brazos pero ya estaban débiles. Necesitaba demasiada fuerza para subirse y no tenía suficiente aire. Dejó de moverse. Flotaba entre toda esa agua libre. Hacia arriba la vista era increíble. La ondulación del agua parecía cristal. El sol era un diamante vivo. Acá abajo los sonidos y los recuerdos se amortiguaban. Todo se alejaba. La realidad no dolía.
Fabián sonrió.
El día realmente era lindo hoy. Y por primera vez en mucho tiempo, Fabián no sintió miedo.
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